"Ayudado a caminar por un compañero y malherido, sigue llevándolos hasta el combate sin desfallecer"
El teniente Sans Huelín tenia sólo 20 años de edad cuando fue gravemente herido. Continuó en la batalla apoyado en uno de sus hombres hasta el final. Por ello le concedieron la Laureada.
Hoy rescatamos la increíble historia del primer caído de la Academia General en su primera época; su nombre, Luis Sans Huelin. Nacido en Málaga un 7 de Febrero de 1876. Ingresó en agosto de 1894 en la Academia de Infantería de Toledo, en la que por su aplicación en los estudios fue nombrado sargento galonista. Promovido a segundo teniente en febrero de 1896, embarcó meses después hacia Filipinas con el Batallón de Cazadores Expedicionario n.º 6.
El 1 de enero de 1897, un año después de su llegada a Filipinas, se encontraba al mando de su sección, nada más y nada menos que en Cacarong de Silé, donde tuvo lugar uno de los mayores combates que libró el Ejército español contra los insurgentes tagalos. La sección de Luis estaba encuadrada en la columna compuesta por 450 soldados que mandaba el comandante José María de Olaguer y Feliú.
Con el alba, se inició el ataque a las parapetadas defensas de Cacarong de Silé, y que eran fuertemente defendidas por más de 2.000 enemigos atrincherados con ocho cañones. El asalto se inició con una inusitada fuerza; y desmedida fue también la defensa. El segundo teniente Sans Huelin hace a sus soldados abrir fuego sobre las posiciones enemigas, mientras se refugian de la metralla hostil con el movimiento, el orden de combate aprendido y los apoyos mutuos en el avance.
Los rebeldes se defendían con fusiles, escopetas, lantacas, cañones de metralla y pedradas. Hicieron varias salidas armados de arma blanca, pero fueron siempre rechazados y al fin, después rudo combate, se coronaron las trincheras. Al avanzar las tropas vieron una sima cubierta de maleza. En ella se habían ocultado muchos insurrectos, no sólo para permanecer allí escondidos y atacar a las tropas por la espalda cuando hubieran pasado, sino para asesinar a los soldados que, ignorantes de aquella celada, se hundieran en la sima cuya boca estaba cubierta de ramaje con suma habilidad.
Al saber los soldados lo que habían intentado los rebeldes, prendieron fuego al ramaje y allí murieron abrasados 200 rebeldes. Otros huyeron y fueron muertos a balazos y á bayonetazos por la tropa. Al seguir avanzando, se descubrió que, en todas las madrigueras y repliegues del terreno, había muchos rebeldes que se fingían muertos y al ver que la tropa pasaba, se ponían en pie y disparaban sus armas. Todos fueron muertos.
Ya están tan cerca del enemigo que el viento les acarrea todo tipo de sonidos y voces, como si estuvieran a tiro de piedra. El teniente, con voz joven pero resuelta en el ataque, da la orden de calar bayonetas para el asalto final. En ese momento es herido, él cree que en el hombro, en una pierna y quizá en la cadera. Como no puede levantarse por sí mismo, le pide a un compañero que lo ayude a ponerse en pie para proseguir el ataque arengando y dando fuerzas a su sección.
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