DIEGO DE ORDÁS (1480 - 1532)


"...al subir que comenzó el volcán a echar grandes llamaradas de fuego y piedras medio quemadas y livianas, y mucha ceniza, y que temblaba toda aquella sierra y montaña adonde está el volcán"

Fue el primer europeo en subir a la cima del volcán Popocatépetl en plena erupción asombrando a todos los conquistadores y a los indios que acompañaban a Hernán Cortés.


Diego de Ordás, conocido también como Diego de Ordaz o de Ordax, nacido en Castroverde de Campos, actual provincia de Zamora, en 1480, y muerto durante el verano de 1532 en alta mar, en viaje desde Santo Domingo hacia España ,​ fue un militar, adelantado y explorador español, acompañante también de Hernán Cortés en la Conquista de México.

Las primeras noticias de este protagonista lo presentan ya en Indias, junto a sus hermanos Pedro, Francisca y Beatriz, acompañando en 1509 al gobernador Alonso de Ojeda en su fracasado periplo por el territorio de Urabá en la llamada Tierra Firme —actual Colombia—. En dicha empresa, Ordás estuvo presente en la derrota de Turbaco (febrero de 1510), donde el experimentado piloto y cartógrafo Juan de la Cosa y setenta de los trescientos españoles que viajaron con Ojeda, murieron a manos de los indios de la actual zona de Cartagena. Ese mismo año, embarcó hacia Cuba para participar junto a Diego Velázquez, hombre rico y poderoso natural de Cuéllar (Segovia) y uno de los vecinos originales de La Española, en la conquista y pacificación de la isla (1511). Junto a Velázquez, Ordás actuó en Cuba con hombres con los que poco después compartió destino, caso de Hernán Cortés, Pedro de Alvarado, Bernal Díaz del Castillo o con personajes de la singularidad de Bartolomé de Las Casas que aún no había descubierto su verdadera vocación religiosa en defensa de los indios.

En una de las acciones de conquista en Cuba, Ordás se hizo célebre por abandonar en una ciénaga cerca de la actual bahía de Cochinos a su hermano Pedro, sobreviviendo éste al percance y provocando el distanciamiento entre ambos. Más tarde, éste acompañó a Pánfilo de Narváez en su fracasada misión de detener a Cortés (batalla de Cempoala acaecida el 28 de mayo de 1520 en la que Narváez perdió un ojo y quedó en manos de Cortés).

La derrota de Pánfilo de Narváez en Cempoala, según Diego Muñoz Camargo

En 1518 Ordás aparece ya como mayordomo mayor y hombre de confianza del propio Velázquez. Finalmente, se incorporó a la armada de Cortés. Tras reagruparse la armada cortesiana en la isla de Cozumel (1519), ésta se dirigió al río Grijalva, donde Ordás participó como capitán de Infantería “porque no era hombre de a caballo”, en la primera batalla continental contra indios de la provincia de Tabasco (marzo de 1519).

Cortés fue nombrado capitán general y justicia mayor, a pesar de la contrariedad de Ordás y de los partidarios del bando velazquista, lo que provocó su detención temporal hasta que, aceptada la proclamación y su autoridad, fue liberado, ganándose progresivamente la confianza del capitán. Fundada la Villa Rica de la Vera Cruz (21 de abril de 1519) y camino de Tenochtitlán, la capital mexica, los conquistadores admiraron desde Tlaxcala (provincia enemiga de los mexica y aliada de los españoles) la actividad del volcán Popocatépetl (5235 m).

Volcán Popocatépetl en erupción

Texto original con ortografía de la época de la hazaña:

"Sucedió por este tiempo un accidente que hizo novedad a los españoles y puso en confusión a los indios. Descúbrese desde lo alto del sitio donde estaba entonces la ciudad de Tlascala el volcán de Popocatepec, en la cumbre de una sierra, que a distancia de ocho leguas se descuella considerablemente sobre los otros montes. Empezó en aquella sazón a turbar el día con grandes y espantosas avenidas de humo, tan rápido y violento, que subía derecho largo espacio del aire sin ceder a los ímpetus del viento, hasta que perdiendo la fuerza en lo alto se dejaba espaciar y dilatar a todas partes, y formaba una nube más o menos oscura, según la porción de ceniza que llevaba consigo. Salían de cuando en cuando mezcladas con el humo, algunas llamaradas o globos de fuego que al parecer se dividían en centellas, y serían las piedras encendidas que arrojaba el volcán, o algunos pedazos de materia combustible que duraban según su alimento. 

En este delirio de su imaginación estaban discurriendo con Hernán Cortés, Magiscatzin y algunos de aquellos magnates que ordinariamente le asistían; y él reparando en aquel rudo conocimiento que mostraban de la inmortalidad, premio y castigo de las almas, procuraba darles a entender los errores con que tenían desfigurada esta verdad, cuando entró Diego de Ordaz a pedirle licencia para reconocer desde más cerca el volcán, ofreciendo subir a lo alto de la sierra y observar todo el secreto de aquella novedad. Espantáronse los indios de oír semejante proposición, y procurando informarle del peligro y desviarle del intento, decían : «que los más valientes de su tierra sólo se atrevían a visitar alguna vez unas ermitas de sus dioses que estaban a la mitad de la eminencia, pero que de allí adelante no se hallaría huella de humano pie, ni eran sufribles los temblores y bramidos con que se defendía la montaña». Diego de Ordaz se encendió más en su deseo con la misma dificultad que le ponderaban; y Hernán Cortés, aunque lo tuvo por temeridad, le dio licencia para intentarlo, porque viesen aquellos indios que no estaban negados sus imposibles al valor de los españoles, celoso a todas horas de su reputación y la de su gente.

Imagen de la película Epitafio sobre la ascensión al volcán

Acompañaron a Diego de Ordaz en esta facción dos soldados de su compañía, y algunos indios principales que ofrecieron lle- gar con él hasta las ermitas, lastimándose mucho de que iban a ser testigos de su muerte. Es el monte muy delicioso en su principio, hermoseándole por todas partes frondosas arboledas, que subiendo largo trecho con la cuesta, suavizan el camino con su amenidad, y al parecer con engañoso divertimiento llevan al peligro por el deleite. Vase después esterilizando la tierra, parte con la nieve, que dura todo el año en los parajes que desampara el sol o perdona el fuego, y parte con la ceniza, que blanquea también desde lejos con la oposición del humo. Quedáronse los indios en la estancia de las ermitas, y partió Diego de Ordaz con sus dos soldados, trepando animosamente por los riscos y poniendo muchas veces los pies donde estuvieron las manos, pero cuando llegaron a poca distancia de la cumbre, sintieron que se movía la tierra con violentos y repetidos vaivenes, y percibieron los bramidos horribles del volcán, que a breve rato disparó con mayor estruendo gran cantidad de fuego envuelto en humo y ceniza, y aunque subió derecho sin calentar lo transversal del aire, se dilató después en lo alto, y volvió sobre los tres una lluvia de ceniza tan espesa y tan encendida, que necesitaron de buscar su defensa en el cóncavo de una peña, donde faltó el aliento a los españoles, y quisieron volverse, pero Diego de Ordaz viendo que cesaba el terremoto, que se mitigaba el estruendo y salía menos denso el humo, los animó a adelantarse, y llegó intrépidamente a la boca del volcán, en cuyo fondo observó una gran masa de fuego, que al parecer hervía como materia líquida y resplandeciente, y reparó en el tamaño de la boca, que ocupaba casi toda la cumbre y tendría como un cuarto de legua su circunferencia. Volvieron con esta noticia, y recibieron norabuena de su hazaña, con grande asombro de los indios que redundó en mayor estimación de los españoles."


Entrados en la capital, Ordás, acompañado de otros capitanes y algunos soldados, acompañó a Cortés a entrevistarse por primera vez con el emperador Moctezuma (9 de noviembre de 1519), con el que llegó a establecer trato durante su cautiverio inicial. Durante el episodio de la “Noche Triste” en el que los españoles fueron expulsados inicialmente de la ciudad (30 de junio de 1520), Ordás formó parte de la vanguardia, recibiendo tres heridas y perdiendo por ello un dedo. Tras la victoria de Otumba (7 de julio de 1520) contra los aztecas perseguidores, Cortés le puso al mando de una de las tres compañías de españoles que participaron en la conquista de Tepeaca —municipio del actual estado de Puebla—. En octubre de 1520 regresó a España para dar cuenta de los sucesos acaecidos tras la “Noche Triste” y defender a Cortés, junto a Francisco de Montejo, contra las reclamaciones de Velázquez y las intrigas del arzobispo y poderoso amigo del gobernador de Cuba, Juan Rodríguez de Fonseca. 

Aunque el viaje le impidió tomar parte en el asalto definitivo a Tenochtitlán, en Castilla se le reconocieron sus méritos nombrándole comendador de la Orden de Santiago (1522). en 1523, la Corona le concediera escudo de armas donde aparece un volcán como blasón.

Escudo de armas de Diego de Ordás


Regresó a la Nueva España, ejerciendo de alcalde mayor de México y recibiendo ricas encomiendas en Teula. Ordás se embarcó de nuevo hacia España con la ambición de capitular con la Corona una expedición hacia su propia gloria. Pidió inicialmente licencia para explorar la zona del Río de la Plata, donde varios informes indicaban la existencia de grandes riquezas argentíferas otorgándosele finalmente una licencia el 20 de mayo de 1530. Cinco meses después y conservando en la Nueva España todos sus bienes y posesiones, zarpó de Sanlúcar con cinco naves y cerca de seiscientos hombres, soldados, artesanos, labradores, la mayoría andaluces, dispuesto a explorar la región interior del Orinoco. Su objetivo era llegar hasta su cabecera basándose, entre otras ideas, en la que asociaba la existencia de oro con el calor de la zona ecuatorial. La creencia de que los climas eran determinantes para la existencia de metales preciosos era una idea muy extendida en la época. La empresa fracaso con múltiples perdidas. Diego de Ordás, enfermo y debilitado, decidió regresar a España para recabar nuevos apoyos y ampliar su concesión a la zona de Cumaná.

Imagen de la película Epitafio sobre la ascensión al volcán

No consiguió su propósito porque murió el 22 de julio de 1532 en la travesía atlántica desde Santo Domingo hacia la Península, perdiéndose su cadáver en las profundas aguas oceánicas. Según el cronista fray Pedro de Aguado, Ortiz de Matienzo habría ordenado envenenarlo, teoría que no pudo nunca confirmarse. Tras su muerte, su tesorero y capitán Jerónimo de Ortal viajó a la Península para reclamar sus derechos como sucesor en la gobernación de Ordás. Aunque su capitulación (octubre de 1533) era mucho más modesta en objetivos, pronto acabó obsesionado con las riquezas del Meta. En 1535, Alonso de Herrera, alguacil mayor de Ordás y nuevo socio de Ortal, murió a manos de los indios tras remontar el Orinoco en su intento de descubrir para Ortal los secretos del país del Meta que Diego de Ordás no pudo desvelar.

Ordás, quien parece que no tuvo hijos legítimos, dejó como heredero a su sobrino Diego de Ordás Villagómez, hijo de su hermana Francisca y de Hernando de Villagómez, quien acabaría cediendo a la Corona, por recomendación del virrey Mendoza, la encomienda de Huexotzingo, manteniendo casa y apellido respetado en la Ciudad de México. El soldado y uno de los cronistas principales de la conquista de México, Bernal Díaz del Castillo retrató al que fue su capitán en los inicios de la empresa cortesiana: “Fue esforzado y de buenos consejos; era de buena estatura e membrudo, e tenía el rostro muy robusto e la barba algo prieta e no mucha; en la habla no acertaba bien a pronunciar algunas palabras, sino algo trabajoso; era franco e de buena conversación” 





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